La traducción de este texto viene de la mano de nuestra voluntaria Malu Belén.
En diversos ensayos aleatorizados se muestra que reducir la ingesta de grasas saturadas puede mejorar la supervivencia después de un diagnóstico de cáncer de mama.
La principal causa de muerte relacionada con el cáncer es la metástasis. El cáncer mata porque se propaga. Por ejemplo, la tasa de supervivencia a cinco años para las mujeres con cáncer de mama localizado es de casi el 99 por ciento, pero esa tasa se reduce a solo el 27 por ciento en las mujeres con cáncer metastásico. Sin embargo, “[n]uestra capacidad para tratar eficazmente la enfermedad metastásica no ha cambiado significativamente en las últimas décadas…”. La desesperación es evidente cuando aparecen artículos como “Tratamiento de la metástasis con veneno de serpiente: mecanismos moleculares”.
Tenemos defensas incorporadas, linfocitos citolíticos naturales que recorren el cuerpo y matan tumores incipientes. Pero, como he comentado, hay un receptor de grasa llamado CD36 que parece ser esencial para que las células cancerosas se propaguen, y estas células cancerosas responden a la ingesta de grasas en la dieta, pero no a todas las grasas.
El ácido palmítico regula el CD36 de manera ascendente, hasta 50 veces dentro de las 12 horas posteriores al consumo; esto se muestra a continuación y en el minuto 1:13 de mi video Cómo controlar la metástasis con la alimentación.
El ácido palmítico es una grasa saturada que se obtiene del aceite de palma; se puede encontrar en la comida chatarra, pero su concentración es mayor en la carne y los lácteos. Esta podría ser la explicación de por qué, al analizar la mortalidad por cáncer de mama y la cantidad de grasa en la dieta, no hubo diferencia en el riesgo de muerte específica por cáncer de mama para las mujeres en la categoría más alta comparada con la más baja de ingesta total de grasa”, pero hay una probabilidad aproximadamente 50 por ciento mayor de morir de cáncer de mama con una mayor ingesta de grasas saturadas. Los investigadores llegan a esta conclusión: “En estos metanálisis se ha demostrado que la ingesta de grasas saturadas tiene un efecto negativo en la supervivencia tras el diagnóstico de cáncer de mama”.
Esto también puede explicar por qué “el consumo de productos lácteos con alto contenido de grasa estaba relacionado con un mayor riesgo de mortalidad después del diagnóstico de cáncer de mama, pero este riesgo no se presentaba con los productos lácteos con bajo contenido de grasa”. Si una proteína de los productos lácteos, como la caseína, fuera el problema, la leche descremada podría ser aún peor. Pero no lo es. La causa fue la grasa saturada de la mantequilla, tal vez porque desencadenó ese mecanismo de propagación del cáncer inducido por el CD36. Las mujeres que consumían una porción o más de lácteos ricos en grasas por día tenían un 50 % más de riesgo de muerte por cáncer de mama.
Observamos lo mismo con los lácteos y la relación con la supervivencia después de un diagnóstico de cáncer de próstata. Los investigadores descubrieron que “beber leche con alto contenido de grasa aumentaba hasta un 600 % el riesgo de morir de cáncer de próstata en pacientes con cáncer de próstata localizado. La leche con un bajo contenido de grasa no mostraba una relación con tal aumento del riesgo”. Entonces, el factor a considerar parece ser la grasa animal, y no la proteína animal. Estos “hallazgos coinciden con los análisis del Estudio de Seguimiento de Profesionales de la Salud (HPFS) y el ensayo Estudio de Salud de Médicos (PHS)” realizados por investigadores de Harvard.
Existe aún más evidencia de que el receptor de grasa CD36 está involucrado. El “riesgo de cáncer colorrectal por consumo de carne” aumentó del doble al óctuple, es decir, las probabilidades de contraer cáncer se multiplicaron por ocho para quienes portan un tipo específico del gen CD36. Entonces, “¿es hora de indicar una dieta baja en grasas a los pacientes con cáncer de mama?” A menudo, el diagnóstico de cáncer “se suele considerar un ‘momento de aprendizaje’ en el que los pacientes se sienten motivados a realizar cambios en su estilo de vida, por lo que es esencial brindar pautas basadas en evidencia”.
En un ensayo aleatorio, prospectivo, multicéntrico, los investigadores se propusieron “probar el efecto de una intervención alimentaria diseñada para reducir la ingesta de grasas en mujeres con una mastectomía en etapa temprana”, lo que significa que las mujeres se habían sometido a una extirpación quirúrgica del cáncer de mama. Como se muestra a continuación y en el minuto 4:02 de mi video, los participantes del estudio en el grupo de intervención redujeron el consumo de grasas de aproximadamente el 30 por ciento de las calorías al 20 por ciento. El consumo de grasas saturadas disminuyó en un 40 por ciento y se mantuvo así durante cinco años. “Después de 5 años de seguimiento, las mujeres del grupo de intervención tuvieron un riesgo 24 % menor de recaída” (un riesgo 24 por ciento menor de que el cáncer regresara) “que las del grupo de control”.
Ese fue el estudio WINS, el Estudio de Intervención Nutricional en Mujeres. Luego hubo un estudio llamado Iniciativa de Salud de la Mujer. Aquí, nuevamente, a las mujeres se las incluyó, al azar, en un grupo que debía reducir el consumo de grasas al 20 por ciento de las calorías. Una vez más, “las que siguieron un patrón de alimentación bajo en grasas tuvieron una mayor supervivencia general al cáncer de mama. Entonces: un cambio en la alimentación puede influir en el pronóstico del cáncer de mama”. Es más, no solo su supervivencia al cáncer de mama fue significativamente mayor, sino que las mujeres también experimentaron una reducción de las enfermedades y de la diabetes.