Hemos conocido el papel del estrógeno en el cáncer de mama desde el siglo XIX, una época en la que se utilizaba la extirpación de los ovarios porque a veces podía ayudar. Se decía que los ovarios enviaban una señal “misteriosa” al resto del cuerpo, que luego se identificó como estrógeno en 1923. La profesión médica se adelantó demasiado tras este descubrimiento y empezó a inyectar a las mujeres menopáusicas con estrógeno. Se decía que “la ‘inyección’ daba una excusa ‘respetable’ para seguir yendo a visitar al médico…”. Después se hicieron parches y pastillas, y algunas revistas científicas, como el Journal of the American Medical Association regalaron anuncios como el que enseño en mi video ¿Cómo es que los médicos no supieron sobre los riesgos de la terapia hormonal?; en él se hablaba de cómo podían “ayudar a las mujeres a ser felices con una simple prescripción de estrógeno” y cómo “cuando las mujeres viven más que sus ovarios…”, pues está el Premarin.
Ya en los años 40 existía la preocupación de que esta práctica pudiera causar cáncer de mama, y ya se comentaba el que habría sido mejor el asegurarse de esto antes de empezar a prescribir estrógeno en masa. Aunque unas revisiones concluyeron que como la enfermedad coronaria era la mayor causa de muerte en mujeres, el riesgo de cáncer de mama no parecía importar tanto, ya que las mujeres que tomaban hormonas parecían tener tasas más bajas de ataques al corazón; la idea era que esto superaba los riesgos de cáncer de mama. Sin embargo, las mujeres que tomaban estrógeno solían pertenecer a una clase socioeconómica más alta, hacían más ejercicio y tenían otros hábitos saludables como el consumo de fibra o las revisiones de los niveles de colesterol. Quizá por eso las mujeres que tomaban estrógeno parecían estar más protegidas contra enfermedades coronarias. Es posible que no tuviera nada que ver con los medicamentos en sí. A pesar del “entusiasmo” de la profesión médica por “la terapia con estrógeno”, la única manera de salir de dudas es con un ensayo clínico aleatorizado. Habría que dividir a mujeres en dos grupos, la mitad con hormonas y la mitad con el placebo, y seguirlas durante años. No se hizo ningún estudio así hasta 1990, cuando se diseñó el estudio Women’s Health Initiative.
Espera un segundo; ¿cómo les pudo llevar casi un siglo el decidir estudiar la seguridad de algo que se prescribió a millones de mujeres? Pues quizá porque nunca habían tenido una directora mujer al frente de National Institutes of Health. “En tan solo 3 semanas después de ser nombrada directora de NIH en 1991, [Bernadine Healy] compareció frente al Congreso para anunciar, ‘Necesitamos una llegada a la Luna para las mujeres’. Esa llegada a la Luna se materializó en Women’s Health Initiative, el mayor ensayo clínico sobre la salud de la mujer llevado a cabo en los Estados Unidos”.
Se descubrió la verdad en 2002. Había tanta incidencia de cáncer invasivo en las mujeres con la terapia de hormonas que se vieron forzados a parar el estudio antes de tiempo. ¿Qué hay de las enfermedades cardiacas? ¿No se supone que se creaba un equilibrio? Pues resulta que no solo tenían más cáncer de mama, sino que también tenían más ataques al corazón, más apoplejías y más coágulos de sangre en los pulmones. La noticia de que las mujeres que siguen la terapia con hormonas “tienen tasas más altas de cáncer de mama, enfermedad cardiaca y daños generales ha sorprendido a mujeres y médicos de todo el país”. El estrógeno empezó siendo el medicamento más prescrito en los Estados Unidos, pero tras este estudio evidentemente dejó de prescribirse tanto, y en tan solo un año la incidencia de cáncer de mama disminuyó considerablemente.
La pregunta más importante en toda esta historia es por qué se sorprendió tanto todo el mundo. Se había hablado sobre este riesgo de cáncer durante décadas, y hasta les resultó difícil a los pacientes el demandar a la farmacéutica porque el propio “medicamento tenía una etiqueta de advertencia desde hacía décadas”. Sería lógico asumir que cualquier médico hablaría de los riesgos al discutir sobre el medicamento con sus pacientes. Es como las advertencias en los paquetes de tabaco. Si tienes cáncer de pulmón, deberías haberlo pensado antes; y si seguías una terapia de hormonas y ahora tienes cáncer de mama, no deberías echarle la culpa a la empresa. Te avisaron de los riesgos claramente en la letra pequeña. ¿Por qué los médicos no avisaban más a sus pacientes? Incluso después de que se publicara este estudió, se seguían prescribiendo hormonas a millones de mujeres. Un médico dijo claramente que habían causado muchísimos casos de cáncer. “¿Cuánto tiempo nos va a llevar el olvidarnos de los beneficios económicos y admitir que estamos haciendo daño a muchos pacientes, y así poder empezar a cambiar nuestras prescripciones?”.
“¿Por qué se continuó haciendo a pesar de que había evidencia que claramente indicaba que estábamos haciendo daño a los pacientes?”. Bueno, es que es una industria que vale miles de millones de dólares. “Aunque haya evidencia que demuestra lo contrario, muchos médicos siguen pensando que las hormonas estrogénicas ofrecen beneficios generales para la salud”, pero esto es una “percepción no basada en la evidencia que podría ser el resultado de décadas de influencia corporativa en la literatura médica”. Porque claro, se “publicaron docenas de revisiones negras y comentarios en revistas médicas y suplementos que se utilizaron para promover los beneficios no probados y para minimizar la importancia de los peligros de la terapia hormonal…”. Se pagó a empresas de relaciones públicas para que escribieran artículos con la idea de que parecieran haber sido escritos por un experto.
Ahora “los ginecólogos deben dedicarse a la medicina basada en la evidencia, y no en la eminencia”. En otras palabras, deberían considerar lo que dice la ciencia y no lo que dice un supuesto experto en un artículo cualquiera. Se tiende a decir que “la cultura actual en la ginecología fomenta la diseminación de información mediante la publicidad, y no la ciencia”. “Se puso en peligro la salud de muchas mujeres que estaban en manos de estos médicos, quienes actuaban como marionetas de las farmacéuticas”. Si de verdad quisiéramos prevenir los ataque al corazón en las mujeres, podríamos eliminar el 90% del riesgo con cambios sencillos en el estilo de vida. Así que en lugar de ser un peón de la industria farmacéutica, “lo que ayudaría realmente a la salud de las mujeres sería recomendar una dieta sana, hacer más ejercicio y dejar de fumar”.
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Un saludo,
Michael Greger
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