¿El ejercicio aumenta la longevidad o solo la longevidad saludable?

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Me sorprendió cuánta controversia existe en la literatura médica sobre si los beneficios del ejercicio para la longevidad son siquiera reales.

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A continuación una aproximación al contenido del audio de este video. Para ver los gráficos, tablas, imágenes o citas a los que Dr. Greger se refiere, ve el video más arriba. La traducción y edición de este contenido ha sido realizada por Maria del Mar Saumell voluntaria activa en NutritionFacts.org.

Independientemente de que el 6% de la mortalidad prematura esté relacionada con la inactividad física, el 9% o incluso el 15%, todas estas estimaciones se basan en la presunción de que las asociaciones encontradas que relacionan la inactividad con las tasas de mortalidad en estudios observacionales constituyen una relación causa-efecto. Me sorprendió la gran controversia que existe en las publicaciones médicas sobre si son reales o no los aparentes beneficios del ejercicio físico para la longevidad.

Un estudio clásico de los años 50 titulado “Coronary Heart-Disease and Physical Activity of Work” (“Cardiopatía coronaria y actividad física laboral”) ilustra lo difícil que puede ser establecer la causalidad entre actividad física y longevidad. Al parecer, los conductores de autobús londinenses tenían el doble de riesgo de morir de cardiopatía que los cobradores de autobús, que se suponía que estaban protegidos por subir y bajar entre 500 y 700 escalones al día en los famosos autobuses de dos pisos. Sin embargo, un estudio posterior llamado “Physique of London Busmen” (“El físico de los trabajadores de los autobuses londinenses”) reveló que, según las medidas iniciales de sus uniformes, los conductores eran mucho más corpulentos.

Cuestiones similares en torno a la causalidad inversa siguen rondando los estudios observacionales sobre el ejercicio hasta nuestros días. ¿Permite el ejercicio gozar de buena salud, o es la buena salud la que permite el ejercicio en primer lugar? ¿La inactividad provoca enfermedades crónicas o son las enfermedades crónicas las que provocan la inactividad?

Luego están los factores de confusión. El arquetípico es que las personas activas fuman menos. Con la excepción de los atletas de élite masculinos, que pueden morir a un ritmo casi cinco veces superior al normal (quizá debido al uso de esteroides anabolizantes), los atletas tienden a vivir más que sus homólogos sedentarios, entre 4 y 8 años más. Pero pensemos en todos los elementos que complican la situación, especialmente entre los profesionales. Los jugadores de béisbol de las grandes ligas, los ciclistas del Tour de Francia y los campeones de esquí viven más que la población general. Pero eso no significa que necesariamente eso tenga algo que ver con los jonrones, las bicicletas o las pistas. Tal vez sea en parte la constitución genética superior la que permite tales proezas físicas en primer lugar o el estatus socioeconómico otorgado al ganador. Sí, los medallistas olímpicos viven más que la población general, pero también lo hacen los grandes maestros de ajedrez, según revela un estudio titulado “Mind versus muscle” (“Mente contra músculo”), lo que sugiere que se trata más del estatus otorgado que del esfuerzo muscular. Los ganadores de un Premio Nobel y un Oscar también tienen una esperanza de vida superior.

Para tratar de desentrañar estos factores, los investigadores han comparado los efectos de la actividad física en el tiempo libre con los de la actividad física en el trabajo. Si el vínculo entre ejercicio y longevidad fuera realmente causal, el contexto en el que se realiza el mismo esfuerzo no debería importar. Sin embargo, como probablemente se puede adivinar, el trabajo manual a veces se asocia a una vida más corta, no más larga, lo que sugiere una vez más la prioridad de los factores de confusión como los socioeconómicos. ¿Es posible que sea una predisposición genética a la forma física lo que explique la relación entre ejercicio y longevidad, y no la actividad física en sí? En otras palabras, ¿se trata simplemente de un sesgo de selección genética? Sabemos que el ejercicio y la longevidad están asociados, pero en lugar de ser el ejercicio la causa de la longevidad, tal vez la misma predisposición genética al ejercicio también conduce a la longevidad, independientemente de si realmente se hace ejercicio o no.

Esta cuestión surgió a raíz de un par de estudios espectaculares. En el primero se compararon dos cepas de ratas, una criada para tener una alta capacidad intrínseca de correr y otra criada para tener una baja capacidad de correr. A continuación, se les asignó aleatoriamente una rueda para correr o no. Incluso sin hacer ejercicio, las ratas con alta capacidad de correr vivían más que las de baja capacidad, pero inesperadamente al proporcionarles ruedas para correr para que todas pudieran hacer ejercicio voluntariamente acortó la vida de ambas cepas. Correr redujo su esperanza de vida.

Gracias a los estudios con gemelos, podemos demostrar que también existen predisposiciones genéticas al ejercicio físico en los seres humanos. Cuando los gemelos idénticos abandonan el hogar para iniciar sus vidas por separado, es mucho más probable que sus hábitos de ejercicio sean “concordantes” que los de los gemelos fraternos. Esto significa que si un gemelo hace ejercicio vigorosamente, es más probable que el otro gemelo haga lo mismo si comparten el 100% de su ADN en lugar de sólo el 50% como los hermanos normales. ¿Cómo podríamos saber si es esta predisposición genética al ejercicio y no el ejercicio en sí lo que explica la longevidad atlética? Bueno, ¿qué pasa con los raros casos de gemelos idénticos cuyos hábitos de ejercicio divergen? Con el mismo ADN, ¿la actividad física intensa marcaría la diferencia? Parece que no. Se encontraron las mismas tasas de mortalidad en gemelos idénticos tanto si hacían ejercicio intenso como si no.

Un análisis crítico sobre si la actividad física es una causa de la longevidad concluyó que “los indiscutibles beneficios del ejercicio para la salud aún no se han traducido en ninguna relación causal demostrada respecto a la longevidad”. Esto se basaba en el hecho de que los ensayos controlados aleatorios en poblaciones clínicas, aquejadas en su mayoría de afecciones neurológicas, han mostrado un descenso de las tasas de muerte prematura. Las intervenciones de ejercicio no han logrado demostrar que este prolongue la vida entre individuos aparentemente sanos. Sin embargo, se trata de estudios difíciles de realizar.

Tomemos como ejemplo el mayor estudio de este tipo, en el que más de 1.500 hombres y mujeres mayores (de 73 años de media) fueron asignados aleatoriamente a uno de 3 grupos durante 5 años. Se les dio una recomendación de seguir simplemente las directrices nacionales de 30 minutos de ejercicio al día 5 días a la semana, o sustituir 2 de esas sesiones semanales por sesiones de 50 minutos, o sustituir 2 de esas sesiones semanales por 4 ráfagas de 4 minutos de entrenamiento interválico de alta intensidad al 90% de la frecuencia cardiaca máxima. Y al final no hubo diferencias en las tasas de mortalidad entre los dos grupos de ejercicio extra y el grupo de control. Esto puede deberse a que el grupo de control acabó haciendo mucho ejercicio. El grupo de control al que se aconsejó hacer ejercicio durante sólo 30 minutos acabó haciendo más ejercicio que el grupo al que se dijo que aumentara las sesiones semanales hasta 50 minutos. Todos los participantes tenían la posibilidad de ser asignados aleatoriamente al grupo de alta intensidad, por lo que los inscritos tenían que estar bastante en forma al inicio del estudio. Y con la expectativa de someterse a controles de salud al año, a los 3 y a los 5 años, el grupo de control se esforzó tanto que difuminó las diferencias entre los tres grupos.

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A continuación una aproximación al contenido del audio de este video. Para ver los gráficos, tablas, imágenes o citas a los que Dr. Greger se refiere, ve el video más arriba. La traducción y edición de este contenido ha sido realizada por Maria del Mar Saumell voluntaria activa en NutritionFacts.org.

Independientemente de que el 6% de la mortalidad prematura esté relacionada con la inactividad física, el 9% o incluso el 15%, todas estas estimaciones se basan en la presunción de que las asociaciones encontradas que relacionan la inactividad con las tasas de mortalidad en estudios observacionales constituyen una relación causa-efecto. Me sorprendió la gran controversia que existe en las publicaciones médicas sobre si son reales o no los aparentes beneficios del ejercicio físico para la longevidad.

Un estudio clásico de los años 50 titulado “Coronary Heart-Disease and Physical Activity of Work” (“Cardiopatía coronaria y actividad física laboral”) ilustra lo difícil que puede ser establecer la causalidad entre actividad física y longevidad. Al parecer, los conductores de autobús londinenses tenían el doble de riesgo de morir de cardiopatía que los cobradores de autobús, que se suponía que estaban protegidos por subir y bajar entre 500 y 700 escalones al día en los famosos autobuses de dos pisos. Sin embargo, un estudio posterior llamado “Physique of London Busmen” (“El físico de los trabajadores de los autobuses londinenses”) reveló que, según las medidas iniciales de sus uniformes, los conductores eran mucho más corpulentos.

Cuestiones similares en torno a la causalidad inversa siguen rondando los estudios observacionales sobre el ejercicio hasta nuestros días. ¿Permite el ejercicio gozar de buena salud, o es la buena salud la que permite el ejercicio en primer lugar? ¿La inactividad provoca enfermedades crónicas o son las enfermedades crónicas las que provocan la inactividad?

Luego están los factores de confusión. El arquetípico es que las personas activas fuman menos. Con la excepción de los atletas de élite masculinos, que pueden morir a un ritmo casi cinco veces superior al normal (quizá debido al uso de esteroides anabolizantes), los atletas tienden a vivir más que sus homólogos sedentarios, entre 4 y 8 años más. Pero pensemos en todos los elementos que complican la situación, especialmente entre los profesionales. Los jugadores de béisbol de las grandes ligas, los ciclistas del Tour de Francia y los campeones de esquí viven más que la población general. Pero eso no significa que necesariamente eso tenga algo que ver con los jonrones, las bicicletas o las pistas. Tal vez sea en parte la constitución genética superior la que permite tales proezas físicas en primer lugar o el estatus socioeconómico otorgado al ganador. Sí, los medallistas olímpicos viven más que la población general, pero también lo hacen los grandes maestros de ajedrez, según revela un estudio titulado “Mind versus muscle” (“Mente contra músculo”), lo que sugiere que se trata más del estatus otorgado que del esfuerzo muscular. Los ganadores de un Premio Nobel y un Oscar también tienen una esperanza de vida superior.

Para tratar de desentrañar estos factores, los investigadores han comparado los efectos de la actividad física en el tiempo libre con los de la actividad física en el trabajo. Si el vínculo entre ejercicio y longevidad fuera realmente causal, el contexto en el que se realiza el mismo esfuerzo no debería importar. Sin embargo, como probablemente se puede adivinar, el trabajo manual a veces se asocia a una vida más corta, no más larga, lo que sugiere una vez más la prioridad de los factores de confusión como los socioeconómicos. ¿Es posible que sea una predisposición genética a la forma física lo que explique la relación entre ejercicio y longevidad, y no la actividad física en sí? En otras palabras, ¿se trata simplemente de un sesgo de selección genética? Sabemos que el ejercicio y la longevidad están asociados, pero en lugar de ser el ejercicio la causa de la longevidad, tal vez la misma predisposición genética al ejercicio también conduce a la longevidad, independientemente de si realmente se hace ejercicio o no.

Esta cuestión surgió a raíz de un par de estudios espectaculares. En el primero se compararon dos cepas de ratas, una criada para tener una alta capacidad intrínseca de correr y otra criada para tener una baja capacidad de correr. A continuación, se les asignó aleatoriamente una rueda para correr o no. Incluso sin hacer ejercicio, las ratas con alta capacidad de correr vivían más que las de baja capacidad, pero inesperadamente al proporcionarles ruedas para correr para que todas pudieran hacer ejercicio voluntariamente acortó la vida de ambas cepas. Correr redujo su esperanza de vida.

Gracias a los estudios con gemelos, podemos demostrar que también existen predisposiciones genéticas al ejercicio físico en los seres humanos. Cuando los gemelos idénticos abandonan el hogar para iniciar sus vidas por separado, es mucho más probable que sus hábitos de ejercicio sean “concordantes” que los de los gemelos fraternos. Esto significa que si un gemelo hace ejercicio vigorosamente, es más probable que el otro gemelo haga lo mismo si comparten el 100% de su ADN en lugar de sólo el 50% como los hermanos normales. ¿Cómo podríamos saber si es esta predisposición genética al ejercicio y no el ejercicio en sí lo que explica la longevidad atlética? Bueno, ¿qué pasa con los raros casos de gemelos idénticos cuyos hábitos de ejercicio divergen? Con el mismo ADN, ¿la actividad física intensa marcaría la diferencia? Parece que no. Se encontraron las mismas tasas de mortalidad en gemelos idénticos tanto si hacían ejercicio intenso como si no.

Un análisis crítico sobre si la actividad física es una causa de la longevidad concluyó que “los indiscutibles beneficios del ejercicio para la salud aún no se han traducido en ninguna relación causal demostrada respecto a la longevidad”. Esto se basaba en el hecho de que los ensayos controlados aleatorios en poblaciones clínicas, aquejadas en su mayoría de afecciones neurológicas, han mostrado un descenso de las tasas de muerte prematura. Las intervenciones de ejercicio no han logrado demostrar que este prolongue la vida entre individuos aparentemente sanos. Sin embargo, se trata de estudios difíciles de realizar.

Tomemos como ejemplo el mayor estudio de este tipo, en el que más de 1.500 hombres y mujeres mayores (de 73 años de media) fueron asignados aleatoriamente a uno de 3 grupos durante 5 años. Se les dio una recomendación de seguir simplemente las directrices nacionales de 30 minutos de ejercicio al día 5 días a la semana, o sustituir 2 de esas sesiones semanales por sesiones de 50 minutos, o sustituir 2 de esas sesiones semanales por 4 ráfagas de 4 minutos de entrenamiento interválico de alta intensidad al 90% de la frecuencia cardiaca máxima. Y al final no hubo diferencias en las tasas de mortalidad entre los dos grupos de ejercicio extra y el grupo de control. Esto puede deberse a que el grupo de control acabó haciendo mucho ejercicio. El grupo de control al que se aconsejó hacer ejercicio durante sólo 30 minutos acabó haciendo más ejercicio que el grupo al que se dijo que aumentara las sesiones semanales hasta 50 minutos. Todos los participantes tenían la posibilidad de ser asignados aleatoriamente al grupo de alta intensidad, por lo que los inscritos tenían que estar bastante en forma al inicio del estudio. Y con la expectativa de someterse a controles de salud al año, a los 3 y a los 5 años, el grupo de control se esforzó tanto que difuminó las diferencias entre los tres grupos.

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Gráficos de Avo Media

Nota del Doctor

Este es el tercer video de mi serie, si te perdiste los anteriores ve ¿Cuántos pasos debemos dar al día? y El ejercicio es medicina. Mantente atento al gran final con ¿Cuánto ejercicio es demasiado?

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