El famoso filósofo del siglo XVIII, Immanuel Kant, describió a la química de su época como una ciencia, pero no ciencia de verdad, ya que no estaba basada en matemáticas; por lo menos no hasta un siglo después. Se podría decir lo mismo sobre la biología, el estudio de la vida. En las matemáticas, la física y la física cuántica hay constantes: cantidades físicas que se consideran universales y permanentes. Sin embargo, se solía pensar que la biología era demasiado compleja y caótica como para estar gobernada por leyes naturales y simples. En 1997, un físico especializado en teorías sobre altas energías de Los Álamos se juntó con dos biólogos para describir las leyes universales de escalado que parecen estar presentes de forma generalizada. ¿Hay alguna repercusión clínica con este tipo de teorías?
Se publicó una observación fascinante. Como explico en mi video Tómale el pulso a la longevidad, el número de pulsaciones por vida es muy similar, seas un hámster o una ballena. De esta manera, un ratón, que no suele vivir más de dos años, ronda las 500 a 600 pulsaciones por minuto, hasta 10 por segundo. En comparación, el corazón de una tortuga de las Galápagos late 100 veces más lento, pero viven unas 100 veces más. Hay una consistencia tan impresionante en el número de pulsaciones de un animal en el transcurso de toda su vida que se planteó una pregunta bastante provocadora: “¿Se podría extender la esperanza de vida de un ser humano al ralentizar las pulsaciones?”. En otras palabras, si un ser humano tiene un número predeterminado de pulsaciones durante su vida, unas tres mil millones, ¿podría una reducción en la frecuencia cardiaca aumentar la esperanza de vida? No es una simple pregunta académica; si es así como funciona, se podría estimar que una reducción de un promedio de más de 70 pulsaciones por minuto a lo que los atletas suelen tener, unas 60, podría teóricamente aumentar la esperanza de vida más de una década.
Este razonamiento puede sonar un poco loco, pero es como funciona el método científico: empiezas con una observación, como datos interesantes sobre las pulsaciones, luego decides una hipótesis y la pones a prueba. ¿Cómo se podría demostrar este “efecto prolongador de la esperanza de vida en humanos? Quizá lo primero sería ver si quienes tienen menos pulsaciones por minuto viven más. Por desgracia, los investigadores no podían ir a lo fácil y darles a los participantes en el estudio un fármaco para ralentizar sus pulsaciones. Los medicamentos como los betabloqueantes en aquel momento bajaban las pulsaciones y la tensión, así que no eran óptimos para lo que se buscaba estudiar. Sin embargo, podemos simplemente mirar primero si quienes tienen una frecuencia cardiaca menor viven más.
“Gracias a la evidencia acumulada hasta ahora, sabemos que una frecuencia cardiaca en reposo alta”, es decir, lo rápido que late nuestro corazón cuando no estamos haciendo nada, “se asocia con un aumento en mortalidad en la población en general”, además de en personas con enfermedades crónicas. Unas pulsaciones rápidas pueden llevar a una muerte más rápida; una frecuencia cardiaca en reposo alta se asocia con una esperanza de vida más corta, y se considera un factor de riesgo independiente para la enfermedad cardiaca y el fallo cardiaco. Unos investigadores descubrieron que quienes tienen pulsaciones más rápidas tienen el doble de posibilidades de sufrir fallo cardiaco en los próximos 15 años. Esto fue en personas de mediana edad y en ancianos; y tanto en mujeres como en hombres.
Lo más importante sobre esta relación entre la velocidad de nuestro corazón y la de nuestra vida es que no tiene que ver con el ejercicio. Al principio me pareció obvio. Pues claro que una frecuencia cardiaca en reposo más baja se asocia con una esperanza de vida más larga. ¿Quién tiene un pulso más lento? Los atletas; cuanto más en forma estás, más lenta es tu frecuencia cardiaca en reposo. El caso es que no, los investigadores encontraron que “no importa el nivel de actividad física de una persona, si tu frecuencia cardiaca en reposo es alta te irá mucho peor que si es baja”, así que parece que no es un simple marcador de riesgo, sino un auténtico factor de riesgo independientemente de lo en forma que estés o cuánto ejercicio hagas. ¿Por qué? Como nuestras pulsaciones nunca paran, ni cuando dormimos, todo ese estrés pulsacional podría romper algunas de las fibras elásticas de las paredes arteriales, y hacer que las arterias se vuelvan más rígidas. A las arterias no les da tiempo de relajarse entre pulsaciones, por lo que cuanto más rápido vaya el corazón, más rígidas podrían acabar nuestras arterias. Hay muchas teorías sobre cómo una frecuencia cardiaca en reposo alta puede disminuir nuestra estancia en la Tierra; pero esta relación ya está reconocida. No se trata de un simple marcador de una patología subyacente, ni tampoco un marcador de inflamación. La diferencia entre un factor de riesgo y un marcador de riesgo es muy importante porque si controlas el factor de riesgo, controlas el riesgo. Si solo es un marcador, no importaría si aumentas o bajas la frecuencia cardiaca. Ahora tenemos evidencia de ensayos con medicamentos (pues sí, ahora hay medicamentos que solo afectan a la frecuencia cardiaca) que muestran cómo una frecuencia cardiaca más baja disminuye las tasas de muerte. Estos resultados han aparecido en por lo menos una docena de estudios hasta ahora. Básicamente, no queremos que nuestro corazón lata más de una vez por segundo cuando está en reposo (¡mídete el pulso ahora mismo!). Para maximizar nuestra esperanza de vida, la meta es una pulsación por segundo. No te preocupes si tu corazón va demasiado rápido, la frecuencia cardiaca es un factor de riesgo que podemos modificar. Sí, hay medicamentos, pero también funcionan los cambios en el estilo de vida, como comer legumbres, que pueden reducir tu pulso en reposo. No te pierdas Baja tu ritmo cardíaco: legumbres vs ejercicio.
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Un saludo,
Michael Greger
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