¡Hay una mosca en mi investigación sobre el envejecimiento!

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¿Cómo podemos descubrir los misterios del envejecimiento?

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A continuación una aproximación al contenido del audio de este video. Para ver los gráficos, tablas, imágenes o citas a los que Dr. Greger se refiere, ve el video más arriba. La traducción y edición de este contenido ha sido realizada por Maria del Mar Saumell voluntaria activa en NutritionFacts.org.

Hay muchas formas de intentar desvelar los misterios del envejecimiento. Se podría estudiar a personas longevas, como los centenarios y los supercentenarios, o incluso a fumadores especialmente longevos, para descubrir los secretos de su resistencia. O se podría ir en la dirección opuesta y estudiar a las personas con una vida corta: trágicos síndromes de envejecimiento acelerado, como la progeria, en la que los niños envejecen entre ocho y diez veces más de lo normal, se arrugan, se quedan calvos y suelen morir alrededor de los 13 años de un ataque al corazón o un derrame cerebral.

También se puede estudiar animales longevos. Hay mamíferos, como la ballena de Groenlandia, que pueden vivir cientos de años. Hay ostras y almejas cuyo corazón puede latir más de mil millones de veces a lo largo de sus cinco siglos de vida. ¿A qué se debe que la esperanza de vida en el reino animal se multiplique por 10.000?

La mayoría de las vías de envejecimiento identificadas como distintivas del envejecimiento se establecieron utilizando los llamados “organismos modelo”, como levaduras, gusanos, moscas y ratones, especies más sencillas que, sin embargo, pueden aportar información debido a la notable conservación de mecanismos comunes del envejecimiento a lo largo de eones de evolución. Antes se consideraba que el envejecimiento era demasiado complejo de estudiar, una constelación de influencias internas y externas demasiado complicada de desentrañar. Pero entonces tuvo lugar un punto de inflexión: se descubrió que la mutación de un único gen podía prolongar drásticamente la vida y la juventud de un diminuto gusano conocido como C. elegans.

Desde entonces, C. elegans ha calado hondo en el estudio de la longevidad. Parece que compartimos un antepasado común hace unos 500 millones de años y, a día de hoy, seguimos compartiendo aproximadamente la mitad de sus genes. Con una esperanza de vida de solo dos o tres semanas, su rápida rotación de individuos permite a los investigadores evaluar rápidamente los efectos de alteraciones genéticas o dietéticas, a diferencia de los humanos, que se describen como “un sistema nada fácil de estudiar tanto por razones éticas como prácticas”.

Aún más simple, el organismo unicelular Saccharomyces cerevisiae, también conocido como levadura de cerveza o de panadería. En 1959, se descubrió que las células de levadura no eran inmortales y que solo se dividían un número finito de veces. Sin embargo, su divergencia evolutiva es aún mayor. Hace más de mil millones de años que no compartimos un ancestro común con la levadura de cerveza y, de momento, solo tenemos en común un 30% de los genes, pero su tamaño microscópico y su velocidad de multiplicación aún mayor permiten el uso de sistemas de alto rendimiento capaces de detectar más de mil compuestos diferentes al día y sus propiedades potenciales de prolongación de la vida. Y, aunque esos compuestos de la levadura relacionados con la longevidad no se traduzcan en una prolongación de la vida humana, los investigadores sostienen que podrían ser útiles para fabricar más cerveza.

La levadura tiene una esperanza de vida que puede medirse en días, los gusanos en semanas, las moscas de la fruta (otro modelo habitual) en meses, frente a los ratones, que pueden vivir años. Sin embargo, los ratones y los hombres fueron uno hace tan solo 75 millones de años, surgiendo en el auge de los mamíferos poco después de la resolución del enfrentamiento entre los asteroides y los dinosaurios. Los ratones comparten alrededor del 85% de sus genes con los humanos. De acuerdo, es un 15% de diferencia importante.

Los humanos no solo son más complejos anatómicamente que los roedores, sino más complejos incluso a nivel celular. La extrapolación de datos de animales de laboratorio está plagada de dificultades. Menos de uno de cada diez fármacos contra el cáncer que parecen funcionar en ratones llegan a los ensayos clínicos en humanos, y cientos de fármacos contra el Alzheimer aparentemente prometedores se han perdido en la traducción. En palabras de un artículo de la revista Trends in Biotechnology: “Los humanos no somos gusanos enormes ni ratones grandes”. Pero sí somos grandes primates.

Los macacos Rhesus también se utilizan en investigaciones sobre el envejecimiento, aunque pueden vivir hasta 40 años, lo que alarga los plazos de investigación. Su ADN es idéntico en un 93% al de los humanos, pero a medida que aumenta la similitud, también lo hacen las preocupaciones éticas sobre la experimentación. Cabría esperar que la investigación con perros fuera quizá la más delicada, pero hay iniciativas científicas de la ciudadanía en las que se inscriben perros de familia en estudios no invasivos para estudiar, por ejemplo, la genética de por qué algunos de los llamados “perros Matusalén” alcanzan edades de veinticinco años o más, pero el 99,9% de los demás perros no. Por ejemplo, los perros mestizos viven más de un año más que los de raza pura del mismo tamaño, que pueden padecer ciertos trastornos genéticos. Los perros viejos sufren muchos de los estragos de la edad: artritis, cáncer, cataratas, problemas renales, pérdida de masa muscular, etc. Los avances en longevidad canina no solo podrían aplicarse al envejecimiento humano, sino que tienen el valor intrínseco de mejorar la calidad y cantidad de años de vida de los más de 70 millones de compañeros con los que compartimos nuestros hogares solo en Estados Unidos.

Considera ser voluntario/a para ayudar en la página web.

A continuación una aproximación al contenido del audio de este video. Para ver los gráficos, tablas, imágenes o citas a los que Dr. Greger se refiere, ve el video más arriba. La traducción y edición de este contenido ha sido realizada por Maria del Mar Saumell voluntaria activa en NutritionFacts.org.

Hay muchas formas de intentar desvelar los misterios del envejecimiento. Se podría estudiar a personas longevas, como los centenarios y los supercentenarios, o incluso a fumadores especialmente longevos, para descubrir los secretos de su resistencia. O se podría ir en la dirección opuesta y estudiar a las personas con una vida corta: trágicos síndromes de envejecimiento acelerado, como la progeria, en la que los niños envejecen entre ocho y diez veces más de lo normal, se arrugan, se quedan calvos y suelen morir alrededor de los 13 años de un ataque al corazón o un derrame cerebral.

También se puede estudiar animales longevos. Hay mamíferos, como la ballena de Groenlandia, que pueden vivir cientos de años. Hay ostras y almejas cuyo corazón puede latir más de mil millones de veces a lo largo de sus cinco siglos de vida. ¿A qué se debe que la esperanza de vida en el reino animal se multiplique por 10.000?

La mayoría de las vías de envejecimiento identificadas como distintivas del envejecimiento se establecieron utilizando los llamados “organismos modelo”, como levaduras, gusanos, moscas y ratones, especies más sencillas que, sin embargo, pueden aportar información debido a la notable conservación de mecanismos comunes del envejecimiento a lo largo de eones de evolución. Antes se consideraba que el envejecimiento era demasiado complejo de estudiar, una constelación de influencias internas y externas demasiado complicada de desentrañar. Pero entonces tuvo lugar un punto de inflexión: se descubrió que la mutación de un único gen podía prolongar drásticamente la vida y la juventud de un diminuto gusano conocido como C. elegans.

Desde entonces, C. elegans ha calado hondo en el estudio de la longevidad. Parece que compartimos un antepasado común hace unos 500 millones de años y, a día de hoy, seguimos compartiendo aproximadamente la mitad de sus genes. Con una esperanza de vida de solo dos o tres semanas, su rápida rotación de individuos permite a los investigadores evaluar rápidamente los efectos de alteraciones genéticas o dietéticas, a diferencia de los humanos, que se describen como “un sistema nada fácil de estudiar tanto por razones éticas como prácticas”.

Aún más simple, el organismo unicelular Saccharomyces cerevisiae, también conocido como levadura de cerveza o de panadería. En 1959, se descubrió que las células de levadura no eran inmortales y que solo se dividían un número finito de veces. Sin embargo, su divergencia evolutiva es aún mayor. Hace más de mil millones de años que no compartimos un ancestro común con la levadura de cerveza y, de momento, solo tenemos en común un 30% de los genes, pero su tamaño microscópico y su velocidad de multiplicación aún mayor permiten el uso de sistemas de alto rendimiento capaces de detectar más de mil compuestos diferentes al día y sus propiedades potenciales de prolongación de la vida. Y, aunque esos compuestos de la levadura relacionados con la longevidad no se traduzcan en una prolongación de la vida humana, los investigadores sostienen que podrían ser útiles para fabricar más cerveza.

La levadura tiene una esperanza de vida que puede medirse en días, los gusanos en semanas, las moscas de la fruta (otro modelo habitual) en meses, frente a los ratones, que pueden vivir años. Sin embargo, los ratones y los hombres fueron uno hace tan solo 75 millones de años, surgiendo en el auge de los mamíferos poco después de la resolución del enfrentamiento entre los asteroides y los dinosaurios. Los ratones comparten alrededor del 85% de sus genes con los humanos. De acuerdo, es un 15% de diferencia importante.

Los humanos no solo son más complejos anatómicamente que los roedores, sino más complejos incluso a nivel celular. La extrapolación de datos de animales de laboratorio está plagada de dificultades. Menos de uno de cada diez fármacos contra el cáncer que parecen funcionar en ratones llegan a los ensayos clínicos en humanos, y cientos de fármacos contra el Alzheimer aparentemente prometedores se han perdido en la traducción. En palabras de un artículo de la revista Trends in Biotechnology: “Los humanos no somos gusanos enormes ni ratones grandes”. Pero sí somos grandes primates.

Los macacos Rhesus también se utilizan en investigaciones sobre el envejecimiento, aunque pueden vivir hasta 40 años, lo que alarga los plazos de investigación. Su ADN es idéntico en un 93% al de los humanos, pero a medida que aumenta la similitud, también lo hacen las preocupaciones éticas sobre la experimentación. Cabría esperar que la investigación con perros fuera quizá la más delicada, pero hay iniciativas científicas de la ciudadanía en las que se inscriben perros de familia en estudios no invasivos para estudiar, por ejemplo, la genética de por qué algunos de los llamados “perros Matusalén” alcanzan edades de veinticinco años o más, pero el 99,9% de los demás perros no. Por ejemplo, los perros mestizos viven más de un año más que los de raza pura del mismo tamaño, que pueden padecer ciertos trastornos genéticos. Los perros viejos sufren muchos de los estragos de la edad: artritis, cáncer, cataratas, problemas renales, pérdida de masa muscular, etc. Los avances en longevidad canina no solo podrían aplicarse al envejecimiento humano, sino que tienen el valor intrínseco de mejorar la calidad y cantidad de años de vida de los más de 70 millones de compañeros con los que compartimos nuestros hogares solo en Estados Unidos.

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