Usar el truco del impuesto a las tabacaleras contra la industria alimenticia

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¿Cómo se podría repetir una de las mayores victorias para la salud pública (la reducción de las tasas de fumadores) en el contexto de la nutrición?

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A continuación una aproximación al contenido del audio de este video. Para ver los gráficos, tablas, imágenes o citas a los que Dr. Greger se refiere, ve el video más arriba. La traducción y edición de este contenido ha sido realizada por Daniel González voluntario activo en NutritionFacts.org.

Lo que aprendimos del caso del tabaco, según dos autoridades sanitarias eminentes, es lo mucho que motivan los beneficios “incluso a costa de millones de vidas y un sufrimiento indescriptible”. “La tabacalera hizo trampas y murieron millones de personas”. ¿Se parece al sector alimenticio? Hablé sobre cómo el sector alimenticio ha usado el mismo truco del tabacalero. ¿Y si usamos el truco contra el tabaco para enfrentarnos a la crisis de obesidad?

El control del tabaquismo es una gran victoria de salud pública. La proporción de adultos fumadores se redujo desde un 42 % en 1965 hasta solo un 15 % en 2016. Es decir, de 5 de cada 12 a 2 de cada 12, más o menos. Por ese descenso, los cigarrillos solo matan ahora medio millón de estadounidenses al año, mientras que nuestra alimentación mata ahora a decenas de miles más. Actualmente, la causa principal de muerte en EE. UU. es su alimentación.

¿Se podrían usar las mismas estrategias que tuvieron tanto éxito en la batalla contra el sector tabacalero? Quizá no sea coincidencia que tres de las operaciones más rentables contra la obesidad parecen sacadas de la guerra contra el tabaco: (1) impuestos en productos perjudiciales para la salud, (2) una etiqueta en el paquete y (3) una restricción de anuncios a niños.

Los impuestos sobre el consumo de tabaco se han citado como el arma más efectiva para cortar tasas de tabaquismo. Un impuesto de 25 centavos por paquete para afrontar algunos gastos sociales del tabaquismo está asociado con una caída de hasta un 9 % en la tasa del tabaquismo. La Organización Mundial de la Salud ha calculado que un aumento del 70 % en el precio mundial podría prevenir hasta un cuarto de todas las muertes en el mundo causadas por el tabaco.

Pasar los impuestos del alcohol y el tabaco a los alimentos lo propuso el mismísimo Adam Smith en “La riqueza de las naciones” en 1776. “El azúcar, el ron y el tabaco son productos innecesarios para vivir, que se han convertido en objetos de consumo casi generalizado y, por ello, en objetos muy apropiados de pago de impuestos”. La gente tiene derecho a fumar, beber y comer alimentos grasos, según ese razonamiento, pero quizá deberían ayudar a costear algunos gastos médicos resultantes que financia el gobierno. Bueno, si ese es el caso, ¿por qué no poner directamente impuestos a los obesos? Pagar impuestos según el peso individual.

Pagar impuestos según el peso individual se propuso por lo menos en 1904 en el “British Medical Journal”, y fue una especie de estrategia de dinero por peso (unos centavos por libra). No solo se hizo para compensar las arcas públicas, sino para incitar el cambio de comportamiento. “Un impuesto de grasa”, dice la propuesta, “tendría también un efecto excelente en la salud de la nación al introducir una reforma contra hábitos perjudiciales de comida y bebida”.

Solo un centavo por cada 28 gramos de refrescos azucarados podría aportar más de mil millones de dólares al año en estados como Texas y California. Un impuesto del 10 % en alimentos grasos a nivel nacional podría reportar más de medio billón de dólares en diez años. Hasta si se combinara con un subsidio que redujera el gasto de frutas y verduras en un 10 %, se prevería una ganancia de cientos de miles de millones de dólares. Pero, ¿cambiaría los hábitos de la gente?

Hasta un pequeño precio diferencial (alrededor de un 10 %) entre la gasolina con y sin plomo pudo apartar del plomo a toda la industria automovilística. ¿También podría hacer que los estadounidenses coman manzanas y no pay de manzana? Una revisión sistemática de las pruebas disponibles indica que funcionan los incentivos y desincentivos económicos alimenticios. Cuanto más baratas sean las frutas y verduras, más gente dice que comprarían y cuantos más impuestos en comida perjudicial, más baja el consumo. Según este tipo de modelización, el impuesto en grasas saturadas, que están sobre todo en carne grasa, lácteos y basura, podría salvar en potencia miles de vidas al año.

Pero, ¿ese impuesto no afectaría desproporcionadamente a los pobres? ¡Sí, porque esperamos que sean los más beneficiados! Es como los impuestos de cigarrillos. El argumento clásico del sector tabacalero es que los impuestos de cigarrillos son “injustos”, “retrógrados” y afectan más a los pobres, y la comunidad de salud pública respondió: “El cáncer es injusto”, el cáncer afecta a los pobres desproporcionadamente. Se espera que los impuestos aporten los mayores beneficios de salud para los menos acomodados.

Que la industria del tabaco peleara con uñas y dientes contra los impuestos del tabaco, como inventarse grupos frontales hasta sobornar a políticos, indica que los impuestos sí pueden cambiar hábitos de consumo, pero la mayoría de las pruebas del cambio de conductas alimenticias no están basadas en datos del mundo real. Puedes poner a gente en simuladores elegantes de supermercados en 3D y que descubran que un descuento del 25 % en frutas y verduras parezca fomentar la compra de lácteos en la misma cantidad: hasta casi un kilo a la semana. Pero las verduras virtuales no benefician nada a la gente. ¿Esto funciona en la vida real? Al parecer, sí.

La aseguradora médica más grande de Sudáfrica empezó a ofrecer devoluciones de hasta un 25 % de dinero en compras de alimentos sanos a cientos de miles de hogares, hasta el equivalente estadounidense de $799 al mes. ¿Por qué iban a regalar dinero? Porque al parecer funciona: aumenta el consumo de fruta, verdura y cereales integrales, mientras que al mismo tiempo disminuye el consumo de alimentos con un contenido elevado de sal, azúcar y grasa, como carnes procesadas y comida rápida.

¿Por qué no pagar a la gente para que pierda peso? Una revisión sistemática descubrió que 11 de cada 12 estudios sobre incentivos financieros para perder peso detallaron resultados positivos. El que no encontró un beneficio en incentivos económicos directos solo ofrecía $2,80 al día. Con niños, es suficiente con darles una moneda o una pegatina para que elijan frutas pasas en vez de galletas para la merienda, aunque si se acaban los incentivos, también lo hacen los cambios del comportamiento.

Incluso si los incentivos tuvieran que ser permanentes, quizá todavía compensarían. En EE. UU. cada dólar gastado en impuestos de comida o leche procesadas podría devolver $2 de ahorros de atención sanitaria. Cada dólar que se gasta en abaratar las verduras podría devolver $3 y subvencionar cereales integrales podría ofrecer más de un 1000 % de recuperación en la inversión. Incluso un descenso del 1 % en la media del precio de todas las frutas y verduras podría prevenir casi 10000 infartos al año.

¿Y qué pasa con los impuestos, que suelen ser menos populares que las subvenciones? En Europa, muchos países han instaurado impuestos en alimentos azucarados y salados, pero Dinamarca fue el primero en introducir impuestos en grasas saturadas. A la agroindustria le bastó un año para destrozarlo, lo que demostró la debilidad de los profesionales sanitarios cuando intentan enfrentarse al poder empresarial. Se achacó al “enorme desequilibrio” entre la influencia política que ejercía la comunidad de la sanidad pública comparada con el poder del grupo de presión del sector.

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A continuación una aproximación al contenido del audio de este video. Para ver los gráficos, tablas, imágenes o citas a los que Dr. Greger se refiere, ve el video más arriba. La traducción y edición de este contenido ha sido realizada por Daniel González voluntario activo en NutritionFacts.org.

Lo que aprendimos del caso del tabaco, según dos autoridades sanitarias eminentes, es lo mucho que motivan los beneficios “incluso a costa de millones de vidas y un sufrimiento indescriptible”. “La tabacalera hizo trampas y murieron millones de personas”. ¿Se parece al sector alimenticio? Hablé sobre cómo el sector alimenticio ha usado el mismo truco del tabacalero. ¿Y si usamos el truco contra el tabaco para enfrentarnos a la crisis de obesidad?

El control del tabaquismo es una gran victoria de salud pública. La proporción de adultos fumadores se redujo desde un 42 % en 1965 hasta solo un 15 % en 2016. Es decir, de 5 de cada 12 a 2 de cada 12, más o menos. Por ese descenso, los cigarrillos solo matan ahora medio millón de estadounidenses al año, mientras que nuestra alimentación mata ahora a decenas de miles más. Actualmente, la causa principal de muerte en EE. UU. es su alimentación.

¿Se podrían usar las mismas estrategias que tuvieron tanto éxito en la batalla contra el sector tabacalero? Quizá no sea coincidencia que tres de las operaciones más rentables contra la obesidad parecen sacadas de la guerra contra el tabaco: (1) impuestos en productos perjudiciales para la salud, (2) una etiqueta en el paquete y (3) una restricción de anuncios a niños.

Los impuestos sobre el consumo de tabaco se han citado como el arma más efectiva para cortar tasas de tabaquismo. Un impuesto de 25 centavos por paquete para afrontar algunos gastos sociales del tabaquismo está asociado con una caída de hasta un 9 % en la tasa del tabaquismo. La Organización Mundial de la Salud ha calculado que un aumento del 70 % en el precio mundial podría prevenir hasta un cuarto de todas las muertes en el mundo causadas por el tabaco.

Pasar los impuestos del alcohol y el tabaco a los alimentos lo propuso el mismísimo Adam Smith en “La riqueza de las naciones” en 1776. “El azúcar, el ron y el tabaco son productos innecesarios para vivir, que se han convertido en objetos de consumo casi generalizado y, por ello, en objetos muy apropiados de pago de impuestos”. La gente tiene derecho a fumar, beber y comer alimentos grasos, según ese razonamiento, pero quizá deberían ayudar a costear algunos gastos médicos resultantes que financia el gobierno. Bueno, si ese es el caso, ¿por qué no poner directamente impuestos a los obesos? Pagar impuestos según el peso individual.

Pagar impuestos según el peso individual se propuso por lo menos en 1904 en el “British Medical Journal”, y fue una especie de estrategia de dinero por peso (unos centavos por libra). No solo se hizo para compensar las arcas públicas, sino para incitar el cambio de comportamiento. “Un impuesto de grasa”, dice la propuesta, “tendría también un efecto excelente en la salud de la nación al introducir una reforma contra hábitos perjudiciales de comida y bebida”.

Solo un centavo por cada 28 gramos de refrescos azucarados podría aportar más de mil millones de dólares al año en estados como Texas y California. Un impuesto del 10 % en alimentos grasos a nivel nacional podría reportar más de medio billón de dólares en diez años. Hasta si se combinara con un subsidio que redujera el gasto de frutas y verduras en un 10 %, se prevería una ganancia de cientos de miles de millones de dólares. Pero, ¿cambiaría los hábitos de la gente?

Hasta un pequeño precio diferencial (alrededor de un 10 %) entre la gasolina con y sin plomo pudo apartar del plomo a toda la industria automovilística. ¿También podría hacer que los estadounidenses coman manzanas y no pay de manzana? Una revisión sistemática de las pruebas disponibles indica que funcionan los incentivos y desincentivos económicos alimenticios. Cuanto más baratas sean las frutas y verduras, más gente dice que comprarían y cuantos más impuestos en comida perjudicial, más baja el consumo. Según este tipo de modelización, el impuesto en grasas saturadas, que están sobre todo en carne grasa, lácteos y basura, podría salvar en potencia miles de vidas al año.

Pero, ¿ese impuesto no afectaría desproporcionadamente a los pobres? ¡Sí, porque esperamos que sean los más beneficiados! Es como los impuestos de cigarrillos. El argumento clásico del sector tabacalero es que los impuestos de cigarrillos son “injustos”, “retrógrados” y afectan más a los pobres, y la comunidad de salud pública respondió: “El cáncer es injusto”, el cáncer afecta a los pobres desproporcionadamente. Se espera que los impuestos aporten los mayores beneficios de salud para los menos acomodados.

Que la industria del tabaco peleara con uñas y dientes contra los impuestos del tabaco, como inventarse grupos frontales hasta sobornar a políticos, indica que los impuestos sí pueden cambiar hábitos de consumo, pero la mayoría de las pruebas del cambio de conductas alimenticias no están basadas en datos del mundo real. Puedes poner a gente en simuladores elegantes de supermercados en 3D y que descubran que un descuento del 25 % en frutas y verduras parezca fomentar la compra de lácteos en la misma cantidad: hasta casi un kilo a la semana. Pero las verduras virtuales no benefician nada a la gente. ¿Esto funciona en la vida real? Al parecer, sí.

La aseguradora médica más grande de Sudáfrica empezó a ofrecer devoluciones de hasta un 25 % de dinero en compras de alimentos sanos a cientos de miles de hogares, hasta el equivalente estadounidense de $799 al mes. ¿Por qué iban a regalar dinero? Porque al parecer funciona: aumenta el consumo de fruta, verdura y cereales integrales, mientras que al mismo tiempo disminuye el consumo de alimentos con un contenido elevado de sal, azúcar y grasa, como carnes procesadas y comida rápida.

¿Por qué no pagar a la gente para que pierda peso? Una revisión sistemática descubrió que 11 de cada 12 estudios sobre incentivos financieros para perder peso detallaron resultados positivos. El que no encontró un beneficio en incentivos económicos directos solo ofrecía $2,80 al día. Con niños, es suficiente con darles una moneda o una pegatina para que elijan frutas pasas en vez de galletas para la merienda, aunque si se acaban los incentivos, también lo hacen los cambios del comportamiento.

Incluso si los incentivos tuvieran que ser permanentes, quizá todavía compensarían. En EE. UU. cada dólar gastado en impuestos de comida o leche procesadas podría devolver $2 de ahorros de atención sanitaria. Cada dólar que se gasta en abaratar las verduras podría devolver $3 y subvencionar cereales integrales podría ofrecer más de un 1000 % de recuperación en la inversión. Incluso un descenso del 1 % en la media del precio de todas las frutas y verduras podría prevenir casi 10000 infartos al año.

¿Y qué pasa con los impuestos, que suelen ser menos populares que las subvenciones? En Europa, muchos países han instaurado impuestos en alimentos azucarados y salados, pero Dinamarca fue el primero en introducir impuestos en grasas saturadas. A la agroindustria le bastó un año para destrozarlo, lo que demostró la debilidad de los profesionales sanitarios cuando intentan enfrentarse al poder empresarial. Se achacó al “enorme desequilibrio” entre la influencia política que ejercía la comunidad de la sanidad pública comparada con el poder del grupo de presión del sector.

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Gráficos de Avo Media

Nota del Doctor

El otro video que mencioné es La industria alimentaria usa las tácticas de la industria tabacalera.

En el siguiente video, hablo sobre los efectos de los masajes “terapéuticos”. Miren: Cómo evitar el efecto rebote de las advertencias en los alimentos.

Para más información sobre cómo usar los impuestos para mejorar la salud, ve:

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