¿Cómo es posible que la soja tenga efectos proestrogénicos en algunos órganos para proteger los huesos y reducir los sofocos, pero también efectos antiestrogénicos en otros órganos para proteger contra el cáncer de mama y el de endometrio?
¿Quiénes deberían evitar la soja?
Esto es sólo una aproximación del audio. La traducción y edición de este contenido fue contribuida por Jesús Melcón.
Considera ser voluntario/a para ayudar en la página web.
Cuando un estudio de Women’s Health Initiative mostró que el uso de terapias de sustitución hormonal durante la menopausia conllevaba un aumento del riesgo de cáncer de mama y de enfermedad cardiovascular, se hizo un llamamiento para considerar alternativas más seguras. El estudio observó que los estrógenos tienen efectos positivos, como la reducción de los síntomas menopáusicos, la mejora de la salud ósea y la reducción del riesgo de fracturas de cadera. No obstante, también reveló que estas hormonas pueden traer consecuencias negativas, como cáncer de mama y el aumento del número de coágulos en el corazón, el cerebro y los pulmones.
Para garantizar los beneficios y evitar las consecuencias negativas, necesitaríamos unos fármacos denominados “moduladores selectivos de los receptores de estrógeno” que pudieran generar efectos proestrogénicos en algunos tejidos (como el óseo) y antiestrogénicos en otros (como el tejido mamario).Los laboratorios farmacéuticos pretenden comercializar estos moduladores selectivos, pero los fitoestrógenos presentes de forma natural en las plantas parecen cumplir la misma función. Un ejemplo sería la genisteína, presente en la soja, que estructuralmente es similar al estrógeno. Ahora bien, ¿cómo es posible que una sustancia similar al estrógeno pueda tener efectos antiestrogénicos?
La teoría original postula que el fitoestrógeno de la soja detiene la evolución del cáncer de mama porque compite con nuestro propio estrógeno por unirse a los receptores de esta hormona. De hecho, si en una placa de Petri añadimos más y más fitoestrógenos a un cultivo de células cancerosas, observaremos que cada vez se unen a ellas menos estrógenos. Es decir, los compuestos de la soja poseen un efecto antiestrogénico porque impiden la unión del estrógeno con su receptor. No obstante, ¿cómo podemos explicar sus efectos proestrogénicos en otros tejidos como el óseo? ¿Cómo es posible que la soja tenga un efecto y su contrario?
Este misterio quedó resuelto cuando se descubrió que en nuestro organismo existen dos tipos diferentes de receptores de estrógeno y que la respuesta de una célula afectada por esta hormona depende del tipo de receptor que presente. El descubrimiento de un nuevo receptor, denominado “receptor de estrógeno beta […] para distinguirlo del receptor de estrógeno alfa anterior”, podría ser “la clave para comprender por qué el fitoestrógeno de la soja protege nuestra salud”. Esta hormona vegetal, al contrario que el estrógeno producido por nuestro propio organismo, se une de manera preferente a los receptores beta.
De hecho, al cabo de unas ocho horas después de tomar 200 gramos de soja integral cocinada, la concentración en sangre de genisteína sube hasta los 20 o 50 nanomoles. Esta es la concentración total que circula por nuestro cuerpo y llega a las células. No obstante, tan solo la mitad se une a las proteínas sanguíneas, de modo que la concentración real es de entre 10 y 25 nanomoles. ¿Y esto qué implica para la activación de los receptores de estrógeno?
En el video, puedes ver un gráfico que explica los misteriosos efectos positivos de la soja y sus derivados. Con la concentración real de fitoestrógeno que obtenemos al tomar unos 200 gramos de soja se produce muy poca activación alfa y mucha activación beta. ¿Qué descubrimos al analizar en qué parte del organismo se sitúa cada tipo de receptor? Que los suplementos de estrógeno aumentan el riesgo de coágulos mortales al hacer que el hígado secrete más factores de coagulación. La clave es la siguiente: el hígado solo contiene receptores de estrógeno alfa. Es decir, tomar 6 kilos diarios de soja podría suponer un problema, pero seamos realistas: dada la concentración real de fitoestrógeno que obtenemos de nuestra dieta, lo que de verdad causa problemas son los fármacos estrogénicos.
Los efectos del estrógeno en el útero también se relacionan con la actividad de los receptores alfa, lo que explica por qué el consumo de soja no perjudica a este órgano. Por lo tanto, los fármacos estrogénicos podrían multiplicar por diez el riesgo de cáncer de endometrio, mientras que el fitoestrógeno que obtenemos de la dieta se relaciona con una disminución de los casos de cáncer. De hecho, se piensa que la soja podría proteger al organismo contra diversos tipos de cáncer ginecológico: en las mujeres que más soja consumen se observa un 30 % menos de casos de cáncer de endometrio y una reducción del riesgo de cáncer ovárico de casi un 50 %. Además, los fitoestrógenos de la soja no parecen afectar al revestimiento del útero y pueden mitigar notablemente los 11 síntomas menopáusicos más comunes descritos por el índice de Kupperman.
En cuanto a la salud ósea, los osteocitos humanos contienen receptores de estrógenos beta, por lo que podemos presuponer un efecto protector por parte de los fitoestrógenos. De hecho, estas hormonas parecen estar ligadas a un “aumento significativo de la densidad mineral ósea”, lo cual concuerda con los estudios demográficos que apuntan a que “un consumo alto de productos derivados de la soja se asocia con un aumento de la masa ósea”. La cuestión es, ¿cómo impiden los fitoestrógenos la pérdida de masa ósea?
En un estudio de dos años se comparó la leche de soja con una crema transdérmica de progesterona. El grupo de referencia perdió una cantidad considerable de densidad mineral ósea en la columna vertebral a lo largo de los dos años, mientras que el grupo tratado con progesterona perdió una cantidad mucho menor. Por el contrario, el grupo que bebió dos vasos de leche de soja al día no solo no perdió masa ósea, sino que además ganó.
En otro estudio, uno de los más robustos hasta la fecha, los investigadores compararon un fitoestrógeno de la soja (la genisteína) con un tratamiento basado en la estrogenoterapia sustitutiva tradicional. A lo largo de un año, los integrantes del grupo tratado con placebo perdieron densidad ósea en la columna vertebral y en la cadera. Por otro lado, los voluntarios de los grupos tratados con fitoestrógeno y estrogenoterapia sustitutiva ganaron densidad ósea. El “estudio muestra claramente que la genisteína impide la pérdida de hueso […] y estimula la formación ósea […], lo cual produce un incremento neto de la masa ósea”.
La razón principal para preocuparse por nuestra masa ósea es la prevención de fracturas. En este sentido, ¿existe una relación entre el consumo de soja y sus derivados y la disminución del riesgo de fracturas? La respuesta es sí: consumir una ración de soja al día disminuye considerablemente el riesgo de fracturas óseas. Una ración equivale a 5 o 7 gramos de proteína de soja o 20 o 30 miligramos de fitoestrógenos, que se pueden obtener tomando un vaso de leche de soja o, aún mejor, tomando una ración de soja integral, ya sea en forma de tempeh, de edamame o de habas. No obstante, todavía no existen datos sobre la prevención de las fracturas mediante suplementos de soja. “Si queremos beneficiarnos de los mismos efectos saludables que en teoría obtiene la población asiática del consumo de alimentos derivados de la soja”, quizás deberíamos centrarnos en la materia prima, y no en píldoras o en batidos de proteínas sin beneficios probados.
¿Hay personas que deberían evitar consumir soja? Sí, pero únicamente si son alérgicas (lo cual no es muy común, al fin y al cabo). Según una encuesta nacional, tan solo 1 de cada 2000 personas son alérgicas a la soja, un dato 40 veces inferior al número de personas afectadas por el alérgeno más común (la leche) y 10 veces inferior al número de personas que padecen otras alergias comunes (pescado, huevos, marisco, frutos secos y trigo, por ejemplo).
Crédito de la imagen: PublicDomainPictures via Pixabay. La imagen ha sido modificada.
Esto es sólo una aproximación del audio. La traducción y edición de este contenido fue contribuida por Jesús Melcón.
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Cuando un estudio de Women’s Health Initiative mostró que el uso de terapias de sustitución hormonal durante la menopausia conllevaba un aumento del riesgo de cáncer de mama y de enfermedad cardiovascular, se hizo un llamamiento para considerar alternativas más seguras. El estudio observó que los estrógenos tienen efectos positivos, como la reducción de los síntomas menopáusicos, la mejora de la salud ósea y la reducción del riesgo de fracturas de cadera. No obstante, también reveló que estas hormonas pueden traer consecuencias negativas, como cáncer de mama y el aumento del número de coágulos en el corazón, el cerebro y los pulmones.
Para garantizar los beneficios y evitar las consecuencias negativas, necesitaríamos unos fármacos denominados “moduladores selectivos de los receptores de estrógeno” que pudieran generar efectos proestrogénicos en algunos tejidos (como el óseo) y antiestrogénicos en otros (como el tejido mamario).Los laboratorios farmacéuticos pretenden comercializar estos moduladores selectivos, pero los fitoestrógenos presentes de forma natural en las plantas parecen cumplir la misma función. Un ejemplo sería la genisteína, presente en la soja, que estructuralmente es similar al estrógeno. Ahora bien, ¿cómo es posible que una sustancia similar al estrógeno pueda tener efectos antiestrogénicos?
La teoría original postula que el fitoestrógeno de la soja detiene la evolución del cáncer de mama porque compite con nuestro propio estrógeno por unirse a los receptores de esta hormona. De hecho, si en una placa de Petri añadimos más y más fitoestrógenos a un cultivo de células cancerosas, observaremos que cada vez se unen a ellas menos estrógenos. Es decir, los compuestos de la soja poseen un efecto antiestrogénico porque impiden la unión del estrógeno con su receptor. No obstante, ¿cómo podemos explicar sus efectos proestrogénicos en otros tejidos como el óseo? ¿Cómo es posible que la soja tenga un efecto y su contrario?
Este misterio quedó resuelto cuando se descubrió que en nuestro organismo existen dos tipos diferentes de receptores de estrógeno y que la respuesta de una célula afectada por esta hormona depende del tipo de receptor que presente. El descubrimiento de un nuevo receptor, denominado “receptor de estrógeno beta […] para distinguirlo del receptor de estrógeno alfa anterior”, podría ser “la clave para comprender por qué el fitoestrógeno de la soja protege nuestra salud”. Esta hormona vegetal, al contrario que el estrógeno producido por nuestro propio organismo, se une de manera preferente a los receptores beta.
De hecho, al cabo de unas ocho horas después de tomar 200 gramos de soja integral cocinada, la concentración en sangre de genisteína sube hasta los 20 o 50 nanomoles. Esta es la concentración total que circula por nuestro cuerpo y llega a las células. No obstante, tan solo la mitad se une a las proteínas sanguíneas, de modo que la concentración real es de entre 10 y 25 nanomoles. ¿Y esto qué implica para la activación de los receptores de estrógeno?
En el video, puedes ver un gráfico que explica los misteriosos efectos positivos de la soja y sus derivados. Con la concentración real de fitoestrógeno que obtenemos al tomar unos 200 gramos de soja se produce muy poca activación alfa y mucha activación beta. ¿Qué descubrimos al analizar en qué parte del organismo se sitúa cada tipo de receptor? Que los suplementos de estrógeno aumentan el riesgo de coágulos mortales al hacer que el hígado secrete más factores de coagulación. La clave es la siguiente: el hígado solo contiene receptores de estrógeno alfa. Es decir, tomar 6 kilos diarios de soja podría suponer un problema, pero seamos realistas: dada la concentración real de fitoestrógeno que obtenemos de nuestra dieta, lo que de verdad causa problemas son los fármacos estrogénicos.
Los efectos del estrógeno en el útero también se relacionan con la actividad de los receptores alfa, lo que explica por qué el consumo de soja no perjudica a este órgano. Por lo tanto, los fármacos estrogénicos podrían multiplicar por diez el riesgo de cáncer de endometrio, mientras que el fitoestrógeno que obtenemos de la dieta se relaciona con una disminución de los casos de cáncer. De hecho, se piensa que la soja podría proteger al organismo contra diversos tipos de cáncer ginecológico: en las mujeres que más soja consumen se observa un 30 % menos de casos de cáncer de endometrio y una reducción del riesgo de cáncer ovárico de casi un 50 %. Además, los fitoestrógenos de la soja no parecen afectar al revestimiento del útero y pueden mitigar notablemente los 11 síntomas menopáusicos más comunes descritos por el índice de Kupperman.
En cuanto a la salud ósea, los osteocitos humanos contienen receptores de estrógenos beta, por lo que podemos presuponer un efecto protector por parte de los fitoestrógenos. De hecho, estas hormonas parecen estar ligadas a un “aumento significativo de la densidad mineral ósea”, lo cual concuerda con los estudios demográficos que apuntan a que “un consumo alto de productos derivados de la soja se asocia con un aumento de la masa ósea”. La cuestión es, ¿cómo impiden los fitoestrógenos la pérdida de masa ósea?
En un estudio de dos años se comparó la leche de soja con una crema transdérmica de progesterona. El grupo de referencia perdió una cantidad considerable de densidad mineral ósea en la columna vertebral a lo largo de los dos años, mientras que el grupo tratado con progesterona perdió una cantidad mucho menor. Por el contrario, el grupo que bebió dos vasos de leche de soja al día no solo no perdió masa ósea, sino que además ganó.
En otro estudio, uno de los más robustos hasta la fecha, los investigadores compararon un fitoestrógeno de la soja (la genisteína) con un tratamiento basado en la estrogenoterapia sustitutiva tradicional. A lo largo de un año, los integrantes del grupo tratado con placebo perdieron densidad ósea en la columna vertebral y en la cadera. Por otro lado, los voluntarios de los grupos tratados con fitoestrógeno y estrogenoterapia sustitutiva ganaron densidad ósea. El “estudio muestra claramente que la genisteína impide la pérdida de hueso […] y estimula la formación ósea […], lo cual produce un incremento neto de la masa ósea”.
La razón principal para preocuparse por nuestra masa ósea es la prevención de fracturas. En este sentido, ¿existe una relación entre el consumo de soja y sus derivados y la disminución del riesgo de fracturas? La respuesta es sí: consumir una ración de soja al día disminuye considerablemente el riesgo de fracturas óseas. Una ración equivale a 5 o 7 gramos de proteína de soja o 20 o 30 miligramos de fitoestrógenos, que se pueden obtener tomando un vaso de leche de soja o, aún mejor, tomando una ración de soja integral, ya sea en forma de tempeh, de edamame o de habas. No obstante, todavía no existen datos sobre la prevención de las fracturas mediante suplementos de soja. “Si queremos beneficiarnos de los mismos efectos saludables que en teoría obtiene la población asiática del consumo de alimentos derivados de la soja”, quizás deberíamos centrarnos en la materia prima, y no en píldoras o en batidos de proteínas sin beneficios probados.
¿Hay personas que deberían evitar consumir soja? Sí, pero únicamente si son alérgicas (lo cual no es muy común, al fin y al cabo). Según una encuesta nacional, tan solo 1 de cada 2000 personas son alérgicas a la soja, un dato 40 veces inferior al número de personas afectadas por el alérgeno más común (la leche) y 10 veces inferior al número de personas que padecen otras alergias comunes (pescado, huevos, marisco, frutos secos y trigo, por ejemplo).
Crédito de la imagen: PublicDomainPictures via Pixabay. La imagen ha sido modificada.
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