Era solo un niño cuando los doctores mandaron a mi abuela a casa en silla de ruedas desahuciada a los 65 años. Diagnosticada con enfermedad cardíaca terminal, había tenido tantas operaciones de baipás que los cirujanos literalmente se quedaron sin plomería para operar—las cicatrices de cada operación a corazón abierto hacían la siguiente más difícil, hasta que se quedaron sin opciones. Confinada a una silla de ruedas con un dolor opresivo en el pecho, sus doctores le dijeron que no había más por hacer.

Yo creo que el ver a un ser querido enfermar o morir motiva a muchos niños a convertirse en médicos cuando crecen. En mi caso, lo que me motivó fue ver a mi abuela recuperarse.

Un poco después de que la dieran de alta vio un segmento en el programa 60 Minutos sobre Nathan Pritikin, quien en ese entonces estaba ganando reputación por revertir la enfermedad cardíaca terminal y justo estaba inaugurando un nuevo centro de recuperación—un programa en el cual los pacientes internados eran sometidos a una alimentación a base de vegetales y luego empezaban un régimen de ejercicio. Mi abuela de alguna forma logró convertirse en una de las primeras pacientes. Entró en silla de ruedas y salió caminando.

Más adelante en la biografía de Pritikin (Pritikin: The Man Who Healed America’s Heart) se describió a mi abuela como una de las personas ‘‘a las puertas de la muerte’’:

“Frances Greger… llegó a Santa Bárbara a una de las sesiones con Pritikin en silla de ruedas. La señora Greger tenía enfermedad cardíaca, angina de pecho y claudicación; su salud estaba tan deteriorada que no podía caminar sin sentir un gran dolor en el pecho y en las piernas. Después de tres semanas, no solo estaba libre de su silla de ruedas sino caminando 16 kilómetros al día”.

En esa época, revertir la enfermedad cardíaca no parecía posible. Los medicamentos se suministraban solo para detener la progresión de la enfermedad y las cirugías las realizaban para ‘‘eludir’’ las arterias obstruidas y así tratar de aliviar los síntomas (literalmente eludiendo el problema), pero se esperaba que la enfermedad empeorara hasta que finalmente la persona moría. Ahora sabemos que tan pronto dejamos de consumir una alimentación ‘‘bloqueadora de las arterias’’, nuestros cuerpos pueden empezar a sanar por sí mismos, en muchos casos las arterias se abren sin necesidad de medicamentos o cirugía.

Para cuando me convertí en doctor, colosos de la medicina como el Dr. Dean Ornish habían comprobado, sin lugar a dudas, lo que Pritikin había demostrado. Utilizando los últimos avances tecnológicos: equipos de tomografía cardíaca, arteriografía coronaria cuantitativa y ventriculografía radionucleida, el Dr. Ornish y sus colegas demostraron que la enfermedad cardíaca, nuestro principal asesino, puede revertirse con el enfoque tecnológico más bajo la alimentación y el estilo de vida.

Traducción: Diana Montejano. Edición: Viviana Garcia.

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